martes, 11 de febrero de 2014

Hay poemas en mi libro.

Hay poemas en mi libro.
Hay poemas en mi libro con el alma muerta,
mausoleos de recuerdos  blanqueados,
 piezas literarias de una  antología del pasado.
Hay  poemas llenos  de  vida espiritual
que nacen de lo  divino,
emanan  de lo  alto como una  epifanía
y a lo alto  retornan como una  oración,
y no  sin antes empapar lo humano  de lo trascendente,
como  empapa la  lluvia a la  tierra antes de regresar.  
Hay poemas  con el alma enamorada,
con el corazón latiendo y la sangre hirviendo,
poemas llenos  de  pasión,
 poemas llenos de amor;
poemas que nacen de un  alma  gemela,
poemas que le  dan vida  a la palabra,
y brillo al  corazón.
Hay poemas tristes,
 escritos sobre  papel  rasgado;
hay poemas de ilusión,
escritos  bajo el sol brillante;
hay poemas de confusión,
escritos en una  noche de nubes oscuras
al lado de una lámpara sin aceite.
Hay poemas  alegres,
 que nacen en una  maña animada por  el canto de los pájaros,
o en un jardín de  flores coloridas.
Hay poemas  de silencio,
con palabras mudas y letras borrosas,
tenues como un pábilo vacilante,
fríos como una mañana de invierno
y a formes e inútiles como un   adoquín  sin terminar,
insípidos como la sal  sosa,
sencillamente poemas que nacen sin querer
y que divagan sobre el papel,
 como divaga por la vida el hombre sin destino,
o la ola por el mar.
Hay poemas de soledad,
escritos en momentos de distancia y ausencia:
Distantes como  una  isla perdida,
ausentes como  el que se ha marchado.
Hay poemas en mi libro con tiempos, sentimientos y colores,
porque  el poema  es una reverberación  del alma y de  la  vida.



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